Giovanni de Ribera

Giovanni de Ribera

(1532-1611)

Beatificazione:

- 18 settembre 1796

- Papa  Pio VI

Canonizzazione:

- 12 giugno 1960

- Papa  Giovanni XXIII

- Basilica Vaticana

Ricorrenza:

- 6 gennaio

Per 42 anni Arcivescovo di Valencia, svolse anche la funziona di viceré e, devoto della santissima Eucaristia e difensore della verità cattolica, educò il popolo con solidi insegnamenti

  • Biografia
  • Omelia
  • su di lui
  • sul miracolo
"Per una legge naturale dello spirito, chi possiede la santità raccoglie molto spesso la fiducia di tutti"

 

Juan de Ribera nacque a Siviglia nel 1532, figlio di Pedro Enríquez y Afán de Ribera, duca di Alcalá e marchese di Tarifa, compì gli studi canonici, di arte e teologia, nell'università di Salamanca, dove ebbe come professori i grandi maestri del tempo: Domingo de Cuevas, Pedro de Sotomayor, Domingo de Soto e Melchor Cano. Ordinato sacerdote e conseguita la laurea in teologia, mantenne una stretta amicizia con i domenicani e i gesuiti e un rapporto epistolare con san Juan de Avila.

Il padre fu nominato viceré di Napoli e mantenne sempre rapporti cordiali con Pio iv. Fu proprio questo Papa a nominare Juan vescovo di Badajoz nel 1562, a meno di trent'anni, con una dispensa dall'età canonica per ricevere la consacrazione episcopale. Entrò prestissimo in contatto con fra Luis de Granada, che lo mise a sua volta in contatto con san Carlo Borromeo, con il quale ebbe uno scambio di lettere sul comune impegno ad applicare la riforma del concilio di Trento. San Pio v ebbe in grande considerazione il giovane vescovo di Badajoz e nel concistoro del 30 aprile 1568 gli concesse il titolo di patriarca di Antiochia. Due mesi dopo lo nominò arcivescovo di Valencia.

La riforma del clero fu il tema fondamentale del ministero di Juan de Ribera. Nella sua azione favorì gli ordini religiosi contribuendo alla fondazione delle agostiniane scalze e della provincia cappuccina di Sangre de Cristo. Filippo III nel 1602 lo nominò viceré e capitano generale di Valencia, incarico che seppe svolgere con maestria, reprimendo il banditismo e la corruzione. Il rapporto di Juan de Ribera con i mori racchiude vari e controversi aspetti, essendo la «questione moresca» uno dei temi più appassionanti della storia della Spagna e uno dei più studiati.

Per il culto solenne al Santissimo Sacramento fondò il Real Colegio Seminario de Corpus Christi (detto Collegio del Patriarca), uno dei monumenti più importanti dal punto di vista artistico e culturale della città di Valencia. Il patriarca per il suo Collegio volle imitare il Palazzo della Cancelleria di Roma e cercò di riprodurne la forma architettonica, con la chiesa incorporata nello stesso edificio, come quella di San Lorenzo in Damaso.

Questo Real Colegio e il culto sontuoso della sua cappella, tanto elogiati da Baltasar Gracián, hanno perpetuato fino ai nostri giorni la memoria del patriarca, al quale fra Luis de Granada dedicò la Vida del maestro Ávila.

Morì a Valencia il 6 gennaio 1611.

CANONIZACIÓN DEL BEATO JUAN DE RIBERA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN XXIII *

Basílica Vaticana
Solemnidad de la Santísima Trinidad

Domingo 12 de junio de 1960

 

El profundo misterio de la Santísima Trinidad, que con santas solemnidades celebra hoy la Iglesia Católica en todo el mundo, es, sin duda, el más grande de todos los que veneramos, pues creemos firmemente que es a la vez origen y fundamento de los otros, fuente de todas las gracias y como la síntesis de nuestra fe cristiana. Además, nuestra alma ya desde ahora se alimenta de esta dulcísima verdad con cuya contemplación seremos un día eternamente felices en el cielo; y habiendo Dios decretado que «esta comunión nuestra sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1Jn 1, 3), es natural que, mientras vivamos en este mundo, imitemos al mismo Dios a cuya imagen hemos sido creados (Gn 1, 27), en cuanto es posible a nuestra naturaleza mortal.

Por todo ello creímos oportuno elevar al honor de los altares a un hijo de la Iglesia en tan gran solemnidad. Porque, ¿quién no ve, por una parte, que este santo es obra acabada de la Trinidad y, por otra, modelo de devoción a la misma Trinidad para todos los hombres? En efecto, todos los que dieron su nombre a Cristo tienen por santo a este varón, ya que, movido por una fe tan firme, honró a su Creador con una vida intachable y con el homenaje de su adoración.

Pues bien, nadie duda de que Juan de Ribera, a quien acabamos de ceñir con la aureola de los santos, está enriquecido y adornado de estas virtudes. Su fe no sólo fue el germen de su santidad, sino también el principio de su apremiante y diligente solicitud por la salvación del prójimo.

Nació en Sevilla, de padres ilustres no sólo por su fe cristiana, sino también por la nobleza de su linaje, y desde sus más tiernos años dio muestras de singular amor a Dios, que crecía cada día más, ya elevando a Dios oraciones con asiduidad y diligencia, ya contemplando las verdades eternas. Conforme avanzaba en edad se despertaba en él con mayor vehemencia el deseo de conocer la fe. Así, se entregó con todo afán al estudio del Derecho canónico en la Universidad de Salamanca, tan célebre en todo el mundo, además de estudiar humanidades y artes. Pero lo que siempre procuró más fue profundizar en todo lo referente a nuestra santa religión, y cuanto más brillaban estas verdades en su inteligencia, tanto más se alegraba su corazón y mayor era su entrega a Dios.

Mientras cursaba estos estudios no faltaron quienes pusieron asechanzas, tanto a su inocencia como a su fe cristiana. En cuanto a su inocencia de vida pronto desenmascaró y venció tales insidias con tesón, ya apartándose de sus condiscípulos arrastrados por el incentivo de los placeres, ya elevando su mente con más ahínco hacia las cosas divinas. En lo tocante a las asechanzas contra la fe, precisamente en una época en que los seguidores de Lutero sembraban la agitación con altanería, lleno de una profunda aversión, como si fuesen ladrones de un preciosísimo tesoro, no toleró ni por un momento a su lado a quienes propalaban con audacia o malicia teorías deletéreas sobre las verdades religiosas.

Quien considere atentamente todo esto no se extrañará, por cierto, de que un hombre, insigne por tantas dotes de inteligencia y virtud, fuese llamado a ocupar cargos tan importantes, y menos aún sí extrañará que los desempeñase con tan ubérrimos frutos.

Así, pues, una vez terminados los estudios sagrados en la Universidad salmantina, habiéndole confiado el gobierno de la diócesis de Badajoz, primero, y de Valencia, después, rigió a ambas con admirable prudencia, aunque en Valencia brillaron más su santidad y prudencia precisamente porque allí encontró mayores dificultades. En estas diócesis estudiaba todas las posibilidades que hubiese para inducir al clero y pueblo a mayor austeridad de vida en plena conformidad con la fe cristiana.

Al principio, para atender a la multitud de fíeles les predicaba de tiempo en tiempo sobre las cosas de Dios con sencillas y adecuadas palabras; enseñaba en la calle a los niños los rudimentos de la doctrina cristiana; escuchaba pacientemente las confesiones en la iglesia y solía llevar él mismo el Santo Viático a lo moribundos. Luego, con toda diligencia y solicitud procuró mover a los sacerdotes para que de una vide más ordinaria se entregasen a una vida más santa, unas veces en las pláticas que con tanta condescenciencia tenía con ellos, otras en las pastorales que les dirigía y en las que los incitaba con sus consejos, razones y argumentos a la asiduidad en la oración, a soportar las adversidades, a la concordia; más aún: para echar buenos fundamentos, fundó un Colegio, al que dio sapientísimas normas. Y para atender más fácilmente a las necesidades religiosas del clero y pueblo empleó métodos valederos para todos los tiempos y muchas veces tuvo que enfrentarse, por deber, a sus Curias diocesanas y convocó siete Sínodos diocesanos, en los que trató de los principales puntos doctrinales y disciplinares en íntima conexión con la salvación de las almas.

Teniendo muy en cuenta los afanes y solicitudes de este tan esforzado y santo prelado, fácilmente se comprenderá cómo prosperarían las diócesis de Badajoz y de Valencia con este guía y maestro.

Hasta los sufrimientos que soportó con paciencia, precisamente por dicho motivo, redundaron en beneficio del pueblo confiado a él, y esto porque le edificaba con su santidad, que manifestó en primer lugar por su ardentísimo amor a Dios, especialmente al Santísimo Sacramento de la Eucaristía, después por sus virtudes probadas con preclaras obras, y, sobre todo, por su deseo de humillaciones, de pureza y su singular amor a la pobreza.

Por lo demás, su misma muerte reveló como en un espejo el ardor de su fe y amor durante todo el transcurso de su vida, pues al ver llegar el Santísimo Cuerpo de Cristo como Viático, aun hallándose sin fuerzas, se arrojó del lecho y, puesto de hinojos, hizo ardiente profesión de fe católica.

Este es, por tanto, el sublime ejemplo que nos da este hombre de Dios, que hoy —se diría— la Santísima Trinidad nos propone desde lo alto del cielo como una de sus más perfectas obras; éste es el ejemplo de este varón que se distinguió en todas las virtudes, y exhortamos a todo el pueblo cristiano, así como a los sagrados pastores, a seguir sus huellas.

Por consiguiente, a ejemplo suyo, lodos los que se han comprometido por el Sacramento del Bautismo, no sólo deben apreciar sobre todas las cosas el don de la fe y amarle más que a las niñas de sus ojos, sino que también tienen que estar dispuestos a perderlo todo, hasta la propia vida, antes que perder esta prenda de salvación eterna.

Todos se dan cuenta de que en estos tiempos muchos peligros amenazan a la fe católica; insidias de todas clases, pero especialmente de las falsas teorías propagadas en. discursos y publicaciones sobre la religión, así como la corrupción general de costumbres, que se propaga sin freno alguno y que, al mismo tiempo que la doctrina de vida espiritual, apartan sobre todo a los más jóvenes de sus buenos propósitos. Otros peligros vienen, desgraciadamente, del empleo de la violencia en más de un lugar.

Al pensar en ello no podemos impedir que nuestro pensamiento se dirija a esos afligidos países, tan queridos de Nos, donde los que tienen la autoridad, declarando abiertamente la guerra contra Dios como el peor de los enemigos, tratan de arrancar de raíz la fe de las almas de los que se entregaron al servicio de Cristo, con malos tratos unas veces, minando sus energías otras, ya con engaños, ya con amenazas, ya con castigos. ¡Qué amor y solicitud sentimos por vosotros, «porque os ha sido otorgado no sólo creer en Cristo, sino también padecer por Él!» (Flp 1, 29).

A pesar de lodo, os pedimos, queridos hijos, que no perdáis la esperanza en esta guerra tan impía. Dios, el más bondadoso de los padres, os asiste en este admirable combate que sostenéis; os asiste la Iglesia, vuestra Madre amantísima; Nos y todos vuestros hermanos elevamos a Dios nuestras plegarias y súplicas, para que podáis abrigar la esperanza de que se cumplirán en vosotros estas palabras de San Gregorio Nacianceno: «Pues no somos más débiles que aquellos jóvenes que se sintieron aliviados entre las llamas y vencieron a las fieras por la fe, hicieron frente a los peligros con prontitud de ánimo junto con su esforzada madre y más esforzado sacerdote y demostraron, a las claras que la fe es una de las cosas que ninguna fuerza humana puede vencer» (S. Greg. Nac., Oratio V contra Iulianum II, PG 35, col. 715).

Con todo, dondequiera que se os permita vivir, queridísimos hijos, imitando el ejemplo de San Juan de Ribera, tenéis que honrar vuestra fe más que con palabras con vuestros actos, porque «si deseamos tener una fe honda, es preciso llevar una vida pura, que guarde el Espíritu Santo, del que, naturalmente, proviene toda la fuerza de la fe. Es imposible mantenerse firme en la fe sin una vida pura» (S. Juan Crisóstomo, De verbis Apostoli... PG 51, col. 280).

Con estas palabras nuestro pensamiento vuelve ahora espontáneamente al dogma de la Santísima Trinidad, cuya solemnidad ilumina el día de hoy, y suplicamos con toda la Iglesia a la misma Beatísima Trinidad, en la que únicamente se apoya nuestra fe y de la que únicamente depende nuestra salvación. «¡Oh Dios todopoderoso y eterno, que con la luz de la verdadera fe diste a conocer a tus siervos la gloria de la Trinidad eterna, y adorar la unidad en el poder de tu majestad; te suplicamos nos concedas, por la firmeza de esa misma fe; que nos veamos siempre libres de toda adversidad!» (Oratio et Missa SS. Trinitatis). Amén

 

 Discorsi, messaggi, colloqui, vol. II, págs. 406-410.

 

 

Versione in lingua latina

Pio VI lo beatificò il 18 settembre 1796. Giovanni XXIII, che lo canonizzò, commentò così nel suo diario: «12 giugno (1960). SS.ma Trinità. Canonizzazione di San Giovanni de Ribera, Arcivescovo di Valencia. La cerimonia in San Pietro è riuscita solennissima. Io pronunciai l'omelia in latino sul testo preparato dal nuovo Segretario Mons. Amleto Tondini. Buon latino, però con tutti i verbi in fine di periodo. Nel pomeriggio vibrante ritrovo dei pellegrini spagnoli nell'Aula delle Benedizioni. Io lessi poche parole in lingua spagnola. Un finimondo di letizia e di entusiasmo religioso. Veramente edificanti. Poi ricevetti nella mia Biblioteca tutti i Cardinali, Arcivescovi e Vescovi spagnoli. Grande e nobile incontro con onore, con affetto, con vivo entusiasmo. Che il nuovo Santo mi protegga. Ho unito stamane il suo ritratto coi Santi Pastori di anime, S. Carlo (Borromeo) e S. Gregorio (Barbarico), che mi sono familiari. Faustissima dies » ( Pater amabilis. Agende del pontificato 1958-1963 , Bologna 2007, p. 126).

In un'altra pagina del suo diario, Giovanni XXIII annotò la frase di Juan de Ribera: «Per una legge naturale dello spirito, chi possiede la santità raccoglie molto spesso la fiducia di tutti» ( ibidem, p. 62). Sappiamo inoltre che il Papa aveva a sua disposizione gli scritti del nuovo santo, preparati dalla Postulazione della Causa, e che in seguito ricorse alla biografia critica scritta da Ramón Robres, professore di storia ecclesiastica del Seminario metropolitano di Valencia ( San Juan de Ribera, un obispo según el ideal de Trento  Barcellona, 1960). Questa opera fu consegnata personalmente al Papa dall'autore durante la cerimonia di canonizzazione.

Nel discorso rivolto ai pellegrini spagnoli il beato Giovanni XXIII disse: «San Juan de Ribera è parte integrante della magnifica costellazione di santi della feconda terra ispana» ( Discorsi, messaggi, colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII , ii, p. 412) poiché mantenne rapporti con molti del suo tempo: Luis Bertrán, Francisco de Borja, Pedro de Alcántara, Pascual Bailón, Alonso Rodríguez, Teresa de Jesús, Roberto Bellarmino e Lorenzo da Brindisi. Il Papa sottolineò «l'intimità epistolare del nuovo santo con san Carlo Borromeo, la cui figura ci è tanto familiare perché celebrò sinodi, edificò chiese e si dedicò alla vera riforma della Chiesa. Dai modelli di questi due santi, diceva Padre Luis de Granada, dovrebbero farsi guidare tutti i prelati della Cristianità», e chiese la loro intercessione «per celebrare con frutto il Concilio Vaticano II, al quale abbiamo consacrato quello che il Signore ci concederà di vita» ( ibidem , p. 413).

DISCORSO DEL SANTO PADRE GIOVANNI XXIII AL TERMINE DELLA LETTURA
DEI DECRETI CHE APPROVANO I MIRACOLI DEL BEATO JUAN DE RIBERA
E LA EROICITÀ DELLE VIRTÙ DEL SERVO DI DIO
FRANÇOIS-XAVIER DE MONTMORENCY-LAVAL

Sala del Concistoro
Domenica, 28 febbraio 1960

 

Venerabili Fratelli e diletti figli!

L'odierna circostanza, per diversi motivi, merita di essere sottolineata in modo particolare. Infatti due Cause di Beatificazione e Canonizzazione ricevono oggi il suggello felice di un lungo periodo di studi e di processi.

L'una, del Beato Giovanni de Ribera, Arcivescovo di Valenza, giunge ad un lietissimo traguardo; e la lettura del Decreto sui miracoli, attribuiti alla sua intercessione, apre definitivamente la via alla sua Canonizzazione. L'altra, del Servo di Dio Francesco de Montmorency-Laval, primo Vescovo di Québec, ottiene a sua volta il fausto coronamento di pazienti e scrupolose ricerche : ed infatti il Decreto su l'eroicità delle virtù del Servo di Dio fa bene sperare circa il proseguimento della Causa medesima.

Dunque, due tappe importanti su la lunga via che la Chiesa segue, talora anche per secoli interi, prima di proporre gli esempi di santità di suoi figli insigni.

Ma quello che rende ancora più cara al Nostro cuore l'odierna circostanza è il fatto — certo non voluto, ma tanto più significativo — che si tratta di due Vescovi, di due Pastori, per i quali le parole ispirate di Pietro e di Paolo si sono tradotte in realtà viva, e vissuta, e sofferta: pascite qui in vobis est gregem Dei, providentes non coacte sed spontanee secundum Deum: neque turpis lucri gratia, sed voluntarie: neque ut dominantes in cleris, sed forma facti gregis ex animo [1]; attendite vobis, et universo gregi, in quo vos Spiritus Sanctus posuit episcopos regere Ecclesiam Dei, quam acquisivit sanguine suo [2].

Queste due figure, vissute ad un secolo di distanza l'una dall'altra, ma accomunate oggi nel fulgore della loro vita esemplare in un rito denso di significato, e di preannunzi faustissimi, hanno un alto insegnamento da dare.

Guardate il Beato Giovanni de Ribera: a trent'anni nel vigore della giovinezza, maturata in un esercizio continuo di carità e di ministero, è eletto Vescovo di Badajoz, e sei anni dopo promosso Patriarca di Antiochia e Arcivescovo di Valenza. Nel benefico irradiamento del Concilio di Trento, terminato giusto in quegli anni, il novello Vescovo si dedica instancabilmente, e senza riserve, alla sua missione pastorale. L'applicazione dei Decreti Conciliari è il fermo programma del suo episcopato, e in questa luce si colloca la sua meravigliosa attività: celebra ben sette Sinodi, edifica Chiese materiali, ma più ancora quelle spirituali, le anime; e, pensando alla cura del Clero — prima preoccupazione dei Padri del Concilio perchè in essa sta il segreto della trasformazione etica e religiosa del popolo cristiano — ne fa oggetto di cure gelose, culminanti nella fondazione del Collegio « Corpus Christi », da lui dotato, con gusto da mecenate, di manoscritti e di libri rari.

Il suo zelo fece brillare la sua luce davanti agli uomini [3]: e per tale efficacia di lavoro pastorale è lecito accostare la sua figura a quella del suo grande contemporaneo, ed amico, si può dire, S. Carlo Borromeo. Quale intima soddisfazione proviamo nel ricordare questi nomi, nel rievocare tali eventi, che per tanti aspetti richiamano popolo cristiano — ne fa oggetto di cure gelose, culminanti nella fondazione del Collegio « Corpus Christi », da lui dotato, con gusto da mecenate, di manoscritti e di libri rari.

Quale intima soddisfazione proviamo nel ricordare questi nomi, nel rievocare tali eventi, che per tanti aspetti richiamano i tempi nostri: e con quale speranza Ci rivolgiamo al Beato Giovanni, affinché, pregando con Noi per l'applicazione del Sinodo Romano e la preparazione del Concilio, Ci ottenga da Dio la grazia di una novella fioritura di santità, nella Nostra Roma e nella Chiesa universale!

Considerate, poi, il Servo di Dio Francesco di Montmorency-Laval. Appartiene a una nobile famiglia di Francia, ha davanti a sè un avvenire promettente di soddisfazioni umane. A 25 anni è grande Arcidiacono della diocesi di Evreux, e potrebbe aspirare a qualcuno dei maggiori Vescovadi della sua terra. Ma la vocazione sacerdotale, da lui seguita con ogni fermezza e con pietà profonda fin dal suo primo sbocciare, significava per lui dedizione completa a Dio e alle anime. A distanza di un secolo, il Concilio Tridentino continuava ad incidere profondamente nelle anime sacerdotali, suscitando nella Francia del sec. XVII frutti meravigliosi e fecondi. Montmorency-Laval aspira a qualcosa di grande, ma nel senso del Vangelo, non della affermazione dell'umana e familiare ambizione: le nuove terre, aperte alla evangelizzazione, lo attirano, le Missioni lo incantano. A trentasei anni approda in Canada: Vicario Apostolico dapprima, Vescovo di Québec di poi, lavora strenuamente per un trentennio, come buon soldato di Gesù Cristo [4]. È un animatore instancabile di opere: anch'egli dedica le sue prime sollecitudini all'educazione del Clero, fondando quel Seminario di Québec, che, affiliato al Seminario delle Missioni Estere di Parigi, operò in profondità nella vita religiosa e culturale del paese, dando poi origine alla celebre Università, che da Laval prende il nome. Organizza il ministero tra i bianchi, e la missione tra gli indiani, di cui difese con energia i diritti in varie circostanze, anche resistendo ed opponendosi lealmente all'autorità civile; e fu fermo difensore dei diritti della Sede Apostolica.

Quale statura di uomo e di Vescovo! Ben degna dell'odierno riconoscimento, che a lui viene dopo più di due secoli e mezzo dalla morte!

Venerabili Fratelli e diletti figli! Voi comprendete la Nostra soddisfazione, che si esprime in sentimenti di gratitudine per averCela preparata col vostro lavoro. La tappa di oggi, oltre ad essere lietamente auspicale per le due Cause, è di fausta promessa e di incoraggiamento per la Chiesa di Dio : perchè il porre solennemente sul candelabro queste due lampade ardenti avrà per effetto di produrre sempre più generosi propositi di santità nel Clero e nel popolo cristiano.

E per intercessione del Beato Giovanni e del Servo di Dio Francesco, Noi eleviamo al Signore una fervida preghiera: ut Ecclesiam tuam sanctam regere et conservare digneris; ut nosmetipsos in tuo sancto servitio confortare et conservare digneris; ut cuncto populo christiano pacem et unitatem largiri digneris. Te rogamus, audi nos!

In pegno delle celesti predilezioni su di voi e su quanti vi sono cari per legami di sacro ministero, di carità e di famiglia, Ci è gradito porre di gran cuore il suggello della Nostra paterna Apostolica Benedizione.

 

[1] 1 Petr. 5, 2-3.

[2] Act. 20, 28.

[3] Cfr. Matth. 5, 16.

[4] 2 Tim. 2, 3