Maria dello Sposalizio Irigoyen

Maria dello Sposalizio Irigoyen

(1848-1918)

Beatificazione:

- 29 ottobre 2011

- Papa  Benedetto XVI

Ricorrenza:

- 10 ottobre

Vergine, suora professa della Congregazione delle Serve di Maria Ministre degli Infermi 

  • Biografia
  • omelia di beatificazione
Madre amorosa e infermiera ideale

 

Maria dello Sposalizio, al secolo María Catalina Irigoyen Echegaray, nacque a Pamplona, in Spagna, il 25 novembre 1848, ultima di otto figli.

L’educazione profondamente cristiana che ricevette in famiglia, fu completata nel collegio delle Domenicane della sua città, dove cominciò a manifestare un ardente desiderio di preghiera e di prolungata adorazione davanti alla Santa Eucarestia.

Fin da giovane desiderò consacrare la sua vita al Signore nella Congregazione delle Serve di Maria, ma la morte precoce dei suoi genitori e la malattia dei suoi fratelli, nonché il consiglio della loro Fondatrice, Santa Maria Soledad Torres Acosta, ritardò tale decisione fino al 31 dicembre 1881, quando fu ammessa nel noviziato di Pamplona. Fino ad allora era ben conosciuta tra i poveri e gli ammalati di quella città come generosa soccorritrice, non limitandosi la sua carità alla cura dei familiari ammalati.

Passato il periodo di noviziato, fece la sua professione religiosa a Madrid, il 14 maggio 1883, dedicandosi con rinnovato impegno e incantevole carità alla cura degli infermi nelle loro case, secondo il carisma proprio della Fondatrice. Durante l’epidemia del 1890, che mieté tante vite, la sua sollecitudine fu ammirabile e così anche durante le infezioni di colera, che periodicamente flagellavano la Spagna del suo tempo.

Traeva forza dalla preghiera e in particolare dall’adorazione eucaristica: inginocchiata davanti al Santissimo Sacramento intercedeva per il suo popolo duramente colpito. Senza alcuna paura di contagiarsi, con eroica fortezza la si vedeva instancabilmente prendersi cura degli ammalati più disperati e infetti, attenta non solo al bene del corpo ma anche al bene delle anime dei suoi assistiti.

Nel 1913 le venne diagnosticata una tubercolosi ossea che la costrinse ben presto all’inattività e le impedì di continuare l’assistenza agli infermi. Il suo servizio divenne allora quello dell’orazione intercessoria continua davanti al tabernacolo.

Ormai minata nel corpo ma sempre più forte nello spirito, l’8 ottobre 1918, mentre veniva riportata alla sua cella dopo la S. Messa, esclamava con voce gioiosa “Dall’infermeria al cielo!” Pochi giorni dopo, il 10 ottobre, la Venerabile Serva di Dio, si spense, a Madrid.

Il suo funerale fu un’imponente manifestazione di affetto e stima da parte di tutto il popolo, che ne riconosceva così la fama di santità.

Beata María Irigoyen Echegaray Homilía

HOMILIA DE BEATIFICACIÓN

Angelo Card. Amato, SDB

 

Eminencia, Excelencias, Autoridades civiles y militares, Sacerdotes, Hermanas Siervas de María Ministras de los Enfermos, Consagrados y Consagradas, fieles todos:,

1. Aún no se ha apagado el eco festivo de la Jornada Mundial de la Juventud, que tanto gozo proporcionó al Santo Padre Benedicto XVI y a la Iglesia entera, y especialmente a la Iglesia española, que Madrid acoge de nuevo una solemne celebración de fe, que reconoce en la Beata María Catalina a un testigo heroico del Evangelio de Cristo. Igual que los jóvenes peregrinos llegados a España de todo el mundo, también nuestra Beata estaba enraizada y cimentada en Cristo y firme en la fe, con la diferencia, que para ella este proyecto no era un sueño que tenía que realizarse, sino una realidad vivida en cada instante de su existencia.

La liturgia de la palabra de hoy delinea concretamente los trazos de su caridad heroica. Como el profeta Isaías, también la Beata María Catalina, podía decir con razón: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porqué el Señor me ha ungido; me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados», a «consolar a los afligidos, los afligidos de Sión; para cambiar su ceniza en corona, su traje de luto en perfume de fiesta, su abatimiento en cánticos» (Is 61,1-3).

Fiel al carisma de las Siervas de María Ministras de los Enfermos, nuestra Beata se hizo, como Jesús, buen Samaritano (cf. Lc 10,30-37) para todos los necesitados afectados por la enfermedad, la pobreza y la soledad. Viendo en ellos el rostro doliente del Redentor (Fil 3,8-14), fue para ellos madre de misericordia y de consuelo, con una actitud de servicio humilde y sacrificado. De tal manera se hizo presencia afectuosa y cordial de acogida y de asistencia, con una perenne y luminosa sonrisa en sus labios, haciéndose rápidamente “popular” entre los enfermos, con aquella popularidad auténtica, que nunca tiene ocaso, porque está enraizada en el amor hecho servicio y entrega.

2.Es necesario que nos acerquemos mucho más a esta Hermana extraordinaria, oriunda de una tierra, como Navarra, que está poblada de gente trabajadora, abierta, noble, amante de la libertad, responsable y creadora; tierra llena, también, de grandes santos, como san Francisco Javier y Santa Vicenta María López y Vicuña. María Catalina, incansable sembradora de nobles sentimientos, nació, con su hermano gemelo, en Pamplona, el 25 de noviembre del 1848, en el seno de una familia de la alta sociedad navarra, sexta de los siete hijos. La nobleza del linaje era acompañada por la nobleza de las virtudes. En la familia, fue educada con el buen ejemplo, la comprensión, el cariño y la fe profunda, que son los dones más preciosos para el crecimiento armonioso de una vida joven.

De pequeña ya se reveló una niña conquistada por la Eucaristía. Un día, mientras montaba a caballo por la montaña, se cayó de la cabalgadura y se torció un pie. De vuelta a casa, rogó a la gobernante que no dijera nada a nadie, porque no quería perderse la misa del día siguiente. A las cuatro del día siguiente, después de asistir a la santa misa y haber comulgado, volvió a casa con el pie que le dolía y que le obligó a estar en cama algunos días.

Escuela, trabajo, plegaria, armonía familiar así transcurrían los días de la pequeña, que crecía sana y responsable. Fue alumna del colegio de las Dominicas de Pamplona, donde ella cultivó con gran provecho sus talentos de inteligencia. Por esta ejemplar vida cristiana suya, fue nombrada presidenta de las Hijas de María de Pamplona. Para ella no fue un cargo honorífico. Durante el tiempo libre, de hecho, se dedicaba a visitar y a servir a los enfermos del hospital de Pamplona, haciendo vestidos para los más pobres.

A la muerte de los padres, nuestra Beata se convirtió, con sólo 22 años, en la madre de la familia. Esta dirección familiar duró diez años, ejercida con bondad y sabiduría, pero sobre todo de paciencia y mucho trabajo. Todo ello fue una providencial preparación para su futuro trabajo. De hecho, la joven estaba pensando seriamente en realizar su sueño de consagrarse al Señor. No sabía, sin embargo, en que congregación vivir esta vocación suya. Ya tenía treinta años y por tanto era el tiempo de tomar una decisión.

3. Como signo de la Providencia, el 4 de octubre del 1878 cinco religiosas de las Siervas de María, acompañadas de su Fundadora, Madre María Soledad Torres Acosta, canonizada en el 1970 por Pablo VI, llegaron a Pamplona e inmediatamente iniciaron su apostolado de asistencia a los enfermos y a los pobres, ganándose la admiración, el afecto y el apoyo de toda la gente por su espíritu de pobreza y de sacrificio, por su humildad, su sencillez, su disponibilidad al servicio. Era ésta la vida a la que María Catalina se sentía llamada. Sería una Sierva de María.

Así a los 33 años, luego de haber asistido con amor hasta la muerte al hermano Pedro Alejandrino, pudo realizar su sueño, pasando de su casa nobiliaria a la pobre casa de las Siervas de María. Era el 31 de diciembre del 1881. Con el año nuevo empezaba para ella una nueva vida, la de postulante. A pesar de no estar acostumbrada a los trabajos duros, se entregó rápidamente con generosidad y sencillez a lavar, limpiar, prestar los servicios más humildes y fatigosos en favor de los enfermos. Y lo hacía con alegría, contenta de compartir con Jesús los sufrimientos de la cruz.

Aquí en Madrid, en la casa madre de las Siervas de María , el 12 de mayo del 1882, tuvo lugar su vestición como esposa de Jesús. María Catalina escogió un nombre muy sugestivo: Sor María de los Desposorios, con el compromiso de ser esposa fiel del Cordero sin mancha. El 15 de julio del 1889 hizo la profesión perpetua.

Como Sierva de María, Ministra de los Enfermos nuestra Beata se despojó de su rango social, renunció a los bienes materiales y se dedicó a consumar su vida en la asistencia a los que sufren. Había decidido de arrodillarse a los pies del dolor humano para elevarlo hacia Dios.

4. Para esta misión, el Señor la había dotado de algunos dones indispensables de naturaleza: buena salud física y psíquica y temperamento armónico, sereno y alegre. Un sobrino suyo, Pedro Hualde, nos ha dejado un admirable testimonio sobre ello: «El carácter distintivo de mí tía era la bondad; estaba siempre contenta y dispuesta a acoger a todos con la misma alegría».4 Su corazón era sensible y tierno. Su amabilidad y dulzura proporcionaban armonía a la comunidad y abrían el corazón de los enfermos al optimismo y a la esperanza.

Era también sencilla y humilde, amante de los últimos lugares. No era arrogante y no despreciaba o criticaba al prójimo a causa de sus limitaciones e debilidades. Su humildad irradiaba santidad en la comunidad. Sor Desposorios huía de las alabanzas, reconociendo que sus dones de naturaleza y de gracia venían de Dios. Aceptaba con agradecimiento y en silencio las correcciones por parte de las hermanas y de las superioras. Cuidaba con alegría a los enfermos y, a la hora de lavarlos, hacía los servicios más repugnantes. Cuando empezaban a alabarla, en seguida se alejaba de aquella casa.

Su humildad purificó la comunidad de la murmuración y del pesimismo. Era extraordinaria su capacidad de acogida al prójimo, de convivencia serena con las hermanas y con los enfermos. Heroico era su espíritu de sacrificio. Sabía trabajar, sufrir y colaborar. Lo mismo que sabía obedecer. Sabemos que la obediencia es el distintivo de la vida consagrada. La obediencia de los consagrados, de otra parte, es el valor añadido a su vida cristiana y una forma original de vivir en la libertad y en el amor oblativo. No le faltaba el humorismo. Un día, un primo suyo le había dicho que no era superiora porque no era inteligente. Nuestra Beata comentó con una sonrisa: «¡Se ve que me conoces bien!»

Esta desbordante vida buena la obtenía en plenitud de los sacramentos y de una ejemplar piedad a Cristo crucificado y eucarístico, redentor del mundo. La devoción al Via Crucis no era un simple acto de piedad, sino un verdadero camino de perfección y de santificación, para vivir en el amor los rigores y las fatigas del Instituto de las Siervas de María, cuya misión exige un sacrificio constante. No se había hecho Sierva de María para estar bien, sino para hacer el bien.

A la piedad eucarística se juntaba una ferviente devoción a María, Nuestra Señora de la Salud, llamada familiarmente por ella “su querida Madre”. Era realmente una Sierva de María, una ministra de los enfermos llena de aquella ternura totalmente mariana de una madre con respecto a sus propios hijos necesitados.

A sus enfermos, tantos “cristos sufrientes”, ella aplicaba la terapia de la dulzura, de la ternura, del servicio atento. Se identificaba en el dolor de los otros. Un día, pidió a una enferma: «¿Sufres mucho, Magdalena?». «Sí, hermana». «Pudiera sufrir yo en tu lugar», dijo en voz baja nuestra Beata. Como el Cireneo del Evangelio, miraba de llevar también ella la cruz de los enfermos y como la Verónica enjugaba sus rostros sudados, desfigurados por el dolor. No le importaba trabajar más, lo importante era aliviar los sufrimientos de los enfermos.

5. Después de más de veinte años de servicio a los enfermos, la obediencia la llamó a otra misión, la de recoger las limosnas fuera del Instituto. Sor Desposorios se dedicó con toda humildad y con todas sus fuerzas a extender la mano, ella que estaba acostumbrada a dar más que a recibir. Era un trabajo cansado y humillante, pero Sor Desposorios lo vivió con sencillez y dedicación: «Este encargo de recoger las limosnas o las suscripciones – cuenta Sor Flora Anasagasti – era siempre duro, y más en aquel tiempo, porque empleaban siete u ocho horas consecutivas caminando por las calles de Madrid, subiendo y bajando las escaleras, con el calor y con el frío, con el sol y con la lluvia. Era muy atenta con la compañera y se preocupaba que cogiera agua o algo para comer, sin embargo ella casi nunca lo hacía».6 Un día estaba acompañada por una hermana muy joven. Por la calle uno le gritó: «¿Vieja fea, de donde robaste esta chica?». Nuestra Beata le contestó con humorismo: «No la he robado yo, es Dios que la ha robada».7 Al recibir la limosna, grande o pequeña que fuera, era agradecida, porque siempre veía brillar la Providencia divina. No rechazaba nada, incluso la ofertas más insignificantes e inútiles: todo era don de Dios.

De vuelta a casa y entregado a las Superioras el fruto de su colecta, se iba a hacer los trabajos más duros: fregar los suelos, limpiar los corredores, ir a buscar el agua a la fuente pública que se encontraba en la plaza de Camberí de Madrid. A veces llegaba tarde a la comunidad. Para no molestar, se acomodaba a comer en la cocina lo que sobraba de las otras hermanas. Su fino humorismo no la dejó ni en los últimos días. La vigilia de su muerte, la estaban velando dos novicias inexpertas. Una de ellas, a un cierto momento, se acercó a su rostro, creyéndola muerta, pero nuestra Beata abrió los ojos y con una sonrisa dijo: «No estoy muerta todavía».

6. Su muerte serena y santa, el 10 de octubre del 1918, fue el paso hacia la verdadera vida, hacia su esposo Jesús. Su ejemplo ès un precioso estímulo y acicate para todos, pero sobre todo para sus hermanas a continuar en el mundo su benéfico trabajo de consuelo y de asistencia a los enfermos.

A ciento sesenta años de la fundación del Instituto, las Siervas de María, presentes ahora por todo el mundo, encuentran ya sea en la fundadora, Santa María Soledad Torres Acosta, que en esta heroica hermana, beatificada hoy, dos ejemplos eficaces de fidelidad al Evangelio y de caridad hacia los enfermos y los pobres necesitados.

Ciertamente, muchos años nos separan de ellas, pero a los pobres y a los enfermos los tenemos aún hoy entre nosotros, y hoy más que nunca necesitados de atención, de cuidado generoso, di cercanía humana y espiritual.

En su Carta Apostólica, el Santo Padre Benedicto XVI alaba María Catalina como una religiosa profundamente unida a Cristo en la plegaria, «mujer bondadosa y humilde de corazón y asidua ministra de los enfermos y de sus familias». La Iglesia glorifica a esta hija suya porque ha manifestado al mundo el rostro bueno de Jesús y la ternura maternal de María. Su santidad nupcial irradiaba caridad y alegría en todos, demostrando que la vida consagrada puede ser, incluso entre cansancio y sufrimientos, una continua fiesta de bodas con el esposo Jesús.