Martino de Porres

Martino de Porres

(1579 - 1639)

Beatificazione:

- 29 ottobre 1837

- Papa  Gregorio XVI

Canonizzazione:

- 06 maggio 1962

- Papa  Giovanni XXIII

- Basilica Vaticana

Ricorrenza:

- 3 novembre

Sacerdote peruviano, religioso dell’Ordine dei Predicatori: figlio di uno spagnolo e di una donna nera, fin dalla fanciullezza, sia pure tra le difficoltà derivanti dalla sua condizione di figlio illegittimo e di meticcio, apprese la professione di medico, che in seguito, diventato religioso, esercitò con abnegazione a Lima in Perù tra i poveri e, dedito a digiuni, alla penitenza e alla preghiera, condusse un’esistenza di semplicità e umiltà, irradiata dall’amore; Patrono dei barbieri e parrucchieri

  • Biografia
  • Omelia
  • discorso papa Francesco
"Vendete me come schiavo!"

 

Martín de Porres Velázquez nacque a Lima, in Perù, il 9 dicembre 1579 e fu battezzato nella parrocchia di S. Sebastiano. 

Egli, essendo meticcio, fu accolto nell’Ordine dei Padri Domenicani solo come terziario e poi come fratello cooperatore. Accettò questa condizione vivendo un’esistenza di massima umiltà, irradiata dall’amore. Si dedicò con abnegazione ai poveri, ai malati, riservando loro cure sanitarie, grazie alle nozioni apprese dapprima in una farmacia e poi come allievo di un barbiere-chirurgo, secondo l’usanza di quel tempo.

Lui però vorrebbe entrare fra i Domenicani, che hanno fondato a Lima il loro primo convento peruviano. Ma come mulatto viene accolto solo come terziario e gli vengono assegnati solo compiti umili. E lui, vedendo malconce le finanze del convento, propone seriamente ai superiori: "Vendete me come schiavo".

Quando i Domenicani avvertono la sua energia interiore lo tolgono dalla condizione subalterna, accogliendolo nell'Ordine come fratello cooperatore. 

Morì a Lima il 3 novembre 1639.

RITO DE CANONIZACIÓN DEL BEATO MARTÍN DE PORRES

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN XXIII*

Domingo 6 de mayo de 1962

 

Nuestro corazón y el de todos los que profesan la fe de Cristo, está pendiente del importante acontecimiento que es el Concilio Ecuménico Vaticano II; en el cual están puestas las esperanzas de un rejuvenecimiento con mayor vigor del Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia. A esto tienden especialmente en estos momentos nuestras tareas y actividades, que el Redentor Santísimo de los hambres nos encomendó, aquí en la tierra, para gobernar y dirigir a su esposa incontaminada. Por esta razón el rito solemne, que ahora con gran majestad se realiza en la basílica vaticana tiende, de una manera especial, a este mismo fin; pues al inscribir en el número de los santos del cielo, con gran solemnidad, a un varón insigne y de singulares virtudes, hemos pretendido significar que no puede esperarse cosa mejor del Concilio que un nuevo acicate a los hijos de la Iglesia para una vida mejor.

Martín, con el ejemplo de su vida, nos demuestra que es posible conseguir la salvación y la santidad por el camino que Cristo enseña: si ante todo amamos a Dios de todo corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente; y, en segundo lugar, si amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismo (Cf. Mt 22, 36-38).

Por lo cual, ante todo, Martín, ya desde niño, amó a Dios, dulcísimo Padre de todos: y con tales características de ingenuidad y sencillez que no pudieron menos que agradar a Dios.

Posteriormente cuando entró en la Orden Dominicana, de tal modo ardió en piedad que, no una sola vez, mientras oraba, libre su mente de todas las cosas, parecía estar arrebatado al cielo. Pues tenia en su corazón bien fijo lo que Santa Catalina de Sena había afirmado con estas palabras: "Es normal amar a aquel que ama. Aquel que vuelve amor por amor puede decirse que da un vaso de agua a su Creador" (Carta número 8 de Santa Catalina). Después de haber meditado que Cristo padeció por nosotros..., que llevó en su cuerpo nuestros pecados sobre el madero (Cf. 1P 2, 21-24), se encendió en amor a Cristo crucificado, y al contemplar sus acerbos dolores, no podía dominarse y lloraba abundantemente. Amó también con especial caridad al augusto Sacramento de la Eucaristía al que, con frecuencia escondido, adoraba durante muchas horas en el sagrario y del que se nutría con la mayor frecuencia posible. Amó de una manera increíble a la Virgen María, y la tuvo siempre como una Madre querida. Además, San Martín, siguiendo las enseñanzas del Divino Maestro, amó con profunda caridad, nacida de una fe inquebrantable y de un corazón desprendido a sus hermanos. Amaba a los hombres porque los juzgaba hermanos suyos por ser hijos de Dios; más aún, los amaba más que a sí mismo, pues en su humildad juzgaba a todos más justos y mejores que él. Amaba a sus prójimos con la benevolencia propia de los héroes de la fe cristiana.

Excusaba las faltas de los demás; perdonaba duras injurias, estando persuadido de que era digno  de mayores penas por sus pecados; procuraba traer al buen camino con todas sus fuerzas a los pecadores; asistía complaciente a los enfermos; proporcionaba comida, vestidos y medicinas a los débiles; favorecía con todas sus fuerzas a los campesinos, a los negros y a los mestizos que en aquel tiempo desempeñaban los más bajos oficios, de tal manera que fue llamado por la voz popular Martín de la Caridad. Hay que tener también en cuenta que en esto siguió caminos, que podemos juzgar ciertamente nuevos en aquellos tiempos, y que pueden considerarse como anticipados a nuestros días. Por esta razón ya nuestro predecesor de feliz memoria Pío XII nombró a Martín de Porres Patrono de todas las instituciones sociales de la República del Perú (Cfr. Carta Apostólica del 10 de junio de 1945).

Con tanto ardor siguió los caminos del Señor que llegó a un alto grado de perfecta virtud y se inmoló como hostia propiciatoria. Siguiendo la vocación del Divido Redentor, abrazó la vida religiosa para ligarse con vínculos de más perfecta santidad. Ya en el convento no se contentó con guardar con diligencia lo que le exigían sus votos, sino que tan íntegramente cultivó la castidad, la pobreza y la obediencia que sus compañeros y superiores lo tenían como una perfecta imagen de la virtud.

La dulzura y delicadeza de su santidad de vida llegó a tanto que durante su vida y después de la muerte ganó el corazón de todos, aun de razas y procedencias distintas; por esto nos parece muy apropiada la comparación de este hijo pequeño de la nación peruana con Santa Catalina de Sena, estrella brillante también de la familia dominicana, elevada al honor de los altares hace ya cinco siglos: ésta, porque sobresalió por su claridad de doctrina y firmeza de ánimo; aquél, porque adaptó sus actividades durante toda su vida a los preceptos cristianos.

Venerables hermanos y queridos hijos. Como ya hemos afirmado al comienzo de nuestra homilía, juzgamos muy oportuno el que este año en que se ha de celebrar el Concilio, sea enumerado entre los santos Martín de Porres. Pues la senda de santidad que él siguió y los resplandores de preclara virtud con que brilló su vida, pueden contemplarse como los frutos saludables que deseamos a la Iglesia católica y a todos los hombres como consecuencia del Concilio Ecuménico.

Porque este santo varón, que con su ejemplo de virtud atrajo a tantos a la religión, ahora también, a los tres siglos de su muerte, de una manera admirable, hace elevar nuestros pensamientos hacia el cielo. No todos, por desgracia, comprenden cómo son precisos estos supremos bienes, no todos los tienen como un honor; más aún, hay muchos que siguiendo el placer y el vicio los desestiman, los tienen como fastidiosos, o los desprecian. ¡Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos lo feliz y maravilloso que es seguir los pasos y obedecer los mandatos divinos de Cristo!

Venerables hermanos y queridos hijos. Tenéis trazada a grandes rasgos la imagen de este santo celestial. Miradla con admiración y procurad imitar en vuestra vida su excelsa virtud. Invitamos a esto especialmente a la juventud animosa que hoy se ve rodeada de tantas insidias y peligros. Y que especialmente el pueblo peruano para Nos tan querido emule sus glorias en la religión católica, y por la intercesión de San Martín de Porres, produzca nuevos ejemplos de virtud y santidad. Amen, Jesús.

 

* AAS 54 (1962) 306; Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 244-247.

DISCORSO DEL SANTO PADRE FRANCESCO
AI PARRUCCHIERI DEI COMITATI DI SAN MARTINO DE PORRES

Sala Clementina
Lunedì, 29 aprile 2019

 

Cari sorelle e fratelli,

usufruendo del consueto giorno di riposo della vostra categoria, avete organizzato un pellegrinaggio a Roma per sostare sulle tombe degli Apostoli e incontrare il Successore di Pietro. Vi accolgo con piacere, vi saluto cordialmente e ringrazio ciascuno di voi, in particolare il vostro coordinatore, che ha introdotto l’incontro. Voi rappresentate i parrucchieri, gli acconciatori e le estetiste riuniti nel Comitato San Martino de’ Porres, presente in molte regioni italiane.

Questo pellegrinaggio è segno dell’importanza che attribuite alla fede cristiana, come pure della dimensione religiosa che caratterizza la vostra associazione. Lo si vede già dal fatto che essa è intitolata a un Santo, il peruviano Martin de Porres. Egli, essendo meticcio, fu accolto nell’Ordine dei Padri Domenicani solo come terziario e poi come fratello cooperatore. Accettò questa condizione vivendo un’esistenza di massima umiltà, irradiata dall’amore. Si dedicò con abnegazione ai poveri, ai malati, riservando loro cure sanitarie, grazie alle nozioni apprese dapprima in una farmacia e poi come allievo di un barbiere-chirurgo, secondo l’usanza di quel tempo.

La figura umile e grande di San Martino de Porres, che il Papa San Paolo VI, nel 1966, proclamò patrono della vostra categoria, vi aiuta a testimoniare costantemente i valori cristiani. Vi stimola, soprattutto, ad esercitare la vostra professione con stile cristiano, trattando i clienti con gentilezza e cortesia, e offrendo loro sempre una parola buona e di incoraggiamento, evitando di cedere alla tentazione del chiacchiericcio che facilmente si insinua anche nel vostro contesto lavorativo, tutti lo sappiamo. Ciascuno di voi, nello svolgimento del proprio tipico lavoro professionale, possa sempre agire con rettitudine, rendendo così un positivo contributo al bene comune della società.

Accompagno questi auspici invocando su ciascuno di voi e sulla vostra Associazione, come pure sui vostri collaboratori e familiari, i doni dello Spirito Santo. Vi chiedo di pregare per me e adesso vi do la Benedizione Apostolica.