Beatificación Religiosas Concepcionistas - ES

BEATIFICACIÓN RELIGIOSAS CONCEPCIONISTAS

(Madrid, 22 junio 2019)

 

«Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12,10).

 

Queridos hermanos y hermanas,

estas palabras de San Pablo, proclamadas en la primera lectura, hoy podemos aplicarlas a las catorce monjas de la Orden Franciscana de la Inmaculada Concepción (Concepcionistas), asesinadas durante la persecución religiosa que pretendía eliminar a la Iglesia en España. Ellas se mantuvieron fuertes en la fe: no se asustaron ante los ultrajes, las dificultades y las persecuciones. Estaban preparadas para sellar con sus vidas la Verdad que profesaban con sus labios, asociando al martirio de Jesús su martirio de fe, de esperanza y de caridad.

La Beata María del Carmen (en el siglo Isabel Lacaba Andía) y las trece compañeras eran monjas de la misma familia monástica, pero de tres monasterios diferentes: el monasterio de Madrid, el monasterio de El Pardo y el monasterio de Escalona. Todas, perseverando en su consagración a Dios, dieron sus vidas por la fe y como prueba suprema de amor. Fue precisamente la aversión a Dios y a la fe cristiana lo que determinó su martirio. De hecho, sufrieron persecución y muerte debido a su estado de vida religiosa y su total adhesión a Cristo y a la Iglesia. Sus verdugos eran milicianos que, guiados por el odio a la Iglesia católica, eran protagonistas de una persecución religiosa general y sistemática contra las personas más representativas de la comunidad católica. Las nuevas Beatas tuvieron ciertamente presente la exhortación del divino Maestro: «Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura» (Mt 6,33). Ellas son un ejemplo y un estímulo para todos, pero particularmente para las monjas concepcionistas, y también para todas las consagradas que dedican sus vidas totalmente a la oración y la contemplación. En esta preciosa misión orante, las religiosas de clausura están llamadas a “gustar y ver qué bueno es el Señor”, para así dar testimonio a todos de lo cautivador que es el Amor de Dios.

«Por ello, tres veces le he pedido al Señor... y me ha respondido: “Te basta mi gracia”» (2 Cor 12, 8-9). Estas palabras de San Pablo, que acabamos de escuchar, parecen inspirar los testimonios dejados por estas catorce mártires. En diferentes lugares y tiempos, enfrentaron con generosidad y coraje su entrega de sacrificio al Señor. La integridad espiritual y moral de estas mujeres ha llegado hasta nosotros a través de testigos directos e indirectos y también a través de documentos. Nos impresionan profundamente los testimonios relacionados con su martirio. En el asalto al monasterio de Madrid, los atacantes gritaban: “¡Mueran las monjas!”; y ellas morirían exclamando: “¡Viva Cristo Rey!”. En el caso de las religiosas de El Pardo, los verdugos, cuando descubrieron a las monjas junto con las personas que las habían acogido tras el asalto del monasterio, les preguntaron: “¿Vosotras sois monjas?”; las religiosas respondieron: “Sí, por la gracia de Dios”; [1] lo que para ellas equivalía a una sentencia de muerte que los milicianos ejecutaron sin ninguna otra motivación. Por su parte, las monjas de Escalona, ​​desalojadas de su comunidad, fueron expulsadas del municipio por milicianos locales y enviadas a la Dirección General de Seguridad de Madrid, para obligarlas a abandonar la fe y apostatar. Para forzar a las monjas más jóvenes a tal acción, las dos monjas más ancianas fueron separadas del grupo y llevadas a un callejón sin salida, donde fueron torturadas y finalmente fusiladas.

Todos los testimonios que hemos recibido nos permiten afirmar que estas monjas concepcionistas murieron porque eran discípulas de Cristo, porque no quisieron renegar de su fe y de sus votos religiosos. Cuando al inicio de la guerra, en la zona republicana las comunidades se mudaron a los hogares de familiares o amigos, ellas se adecuaron sin quejarse nunca, dando un ejemplo de heroísmo. Nunca tuvieron una actitud de animosidad hacia aquellos que fueron la causa de su sufrimiento, sino que respondieron con caridad. Se dirigieron al sacrificio glorificando a Dios y perdonando a sus verdugos, siguiendo el ejemplo de Cristo que dijo en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).

El testimonio de estas Beatas constituye un ejemplo vivo y cercano para todos. Sus muertes heroicas son un signo elocuente de cómo la vitalidad de la Iglesia no depende de proyectos o cálculos humanos, sino que brota de la total adhesión a Cristo y a su mensaje de salvación. De ello eran totalmente conscientes estas monjas, quienes sacaron fuerzas no de un deseo de protagonismo personal, sino del amor sin reservas por Jesucristo, incluso a costa de sus vidas. Su existencia es un mensaje dirigido a las personas consagradas y a los fieles laicos de hoy. A los consagrados, las nuevas Beatas animan a permanecer fieles a la vocación y a la pertenencia gozosa a la Iglesia, sirviéndola a través de su propio Instituto, en una vida intensa de comunión fraterna, en la perseverancia y en el testimonio de su propia identidad religiosa. A los fieles laicos les recuerdan la necesidad de escuchar y adherirse dócilmente a la Palabra de Dios, la cual todos estamos llamados a vivir y anunciar en virtud del bautismo.

«La fuerza se realiza en la debilidad» (2 Cor 12, 9), le respondió el Señor al apóstol Pablo. Hoy damos gracias por esta fortaleza que también se ha convertido en la fuerza de los mártires en tierras de España. La fuerza de la fe, de la esperanza y del amor, que ha demostrado ser más fuerte que la violencia. Ha sido vencida la crueldad de los pelotones de fusilamiento y de todo el sistema de odio organizado. Cristo, que se hizo presente junto a los mártires, vino a ellos con la fuerza de su muerte y de su martirio. Al mismo tiempo, vino a ellos con la fuerza de su resurrección. El martirio, de hecho, es una revelación particular del misterio pascual, que continúa actuando y se ofrece a los hombres de todos los tiempos como una promesa de nueva vida. Así escribió el famoso escritor romano Tertuliano: “Sanguis martyrum - semen christianorum”; la sangre de los mártires es semilla de cristianos. [2]

No podemos dudar de la fecundidad de esta simiente, aunque parecen crecer, bajo diversas formas, las fuerzas que intentan erradicar de las conciencias y del tejido social el “semen christianorum”, es decir, los valores cristianos. Ante las actitudes de cerrazón hacia las personas más necesitadas, ante el indiferentismo religioso, el relativismo moral, la arrogancia de los más fuertes frente a los más débiles, ante los ataques a la unidad de la familia y a la sacralidad de la vida humana, no podemos olvidar la belleza del Evangelio. La Palabra de Dios siempre echa nuevas raíces. ¡Es sobre estas raíces que nosotros, los discípulos del Señor, debemos y podemos crecer! Estas catorce nuevas Beatas, que perseveraron en la fe incluso en el momento de la oblación suprema, representan un estímulo para continuar testimoniando, con alegría y esperanza, en todos los ámbitos el amor y la misericordia de Dios, que nunca nos abandona, singularmente en la hora del fracaso y de la derrota.

Nos confiamos a la intercesión de aquellas cuya existencia se ha convertido para toda la Iglesia, especialmente para el pueblo peregrino de Dios en España, un poderoso faro de luz, una invitación urgente a vivir el Evangelio de manera radical y con sencillez, ofreciendo un testimonio valiente de la fe, que supera todas las barreras y abre horizontes de esperanza y de fraternidad.

Beata María del Carmen Isabel Lacaba Andía y compañeras mártires, ¡rogad por nosotros!

 

[1] Summarium Documentorum, Doc. 12, 149-158; Doc. 15, 161-195; Doc. 24, 230-241.

[2] Apol, So 13 - CCL I, 171.